Tanto compradores como vendedores hablan de una “depravación” al momento de fijar precios de productos, bienes y servicios en Venezuela. Ni la dolarización de facto es un antídoto suficiente para la inflación, aún creciente.
Por Gustavo Ocando Alex / vozdeamerica.com
A la suerte
Joel, un venezolano de 23 años, pedalea su bicicleta de tres ruedas y cajón de madera por las calles del norte de Maracaibo, pregonando en alto volumen un mensaje en su megáfono: “¡Compramos aires malos, baterías viejas!”.
Sus transacciones del día no avanzan con buena fortuna: dentro de su cajón, solo se ven cinco latas de una bebida energética y un par de tapas de olletas. “Está pesada la cosa”, dice. Sus finanzas no atraviesan su mejor momento.
El joven, refugiado del sol bajo la capucha de un suéter negro, compra objetos de aluminio de segunda mano para revenderlos en chatarreras de la zona industrial, en las afueras de su ciudad, a 70 centavos de dólar (3 bolívares) por kilo.
Él ofrece por un aire averiado o en desuso hasta 10 dólares, por ejemplo. Su negocio es multiplicar su valor luego. Es una tarea compleja en un país que ostenta la corona de la inflación más alta del mundo: según cifras del Banco Central, el alza promedio de precios fue de 340,4% en los últimos 12 meses.
Esa institución, afín al gobierno del presidente Nicolás Maduro, oficializó en diciembre el fin de un ciclo hiperinflacionario de cuatro años. Ciudadanos como Joel dudan de la supuesta recuperación de una economía que se ha dolarizado de facto, que depende más del valor de las divisas que de la moneda local.
“No he sentido nada (de mejora). El dólar no ha subido y todo está normalizado ahorita, pero esto (su negocio) es a la suerte”, dice a la Voz de América momentos antes de reanudar su pedaleo, aún a 25 kilómetros de distancia de su vivienda.
Salarios sin fuelle
El incremento de los precios y la “destrucción” de los salarios en Venezuela no se han detenido a pesar del fin formal de la hiperinflación ni de la moderada estabilidad del precio del dólar en el país, advierte el economista Luis Crespo.
Si bien el precio de la moneda estadounidense se ha mantenido relativamente invariable en meses recientes (cerca de 4,2 o 4,3 bolívares por unidad), la crisis nacional no deja de morder los bolsillos de la gente común, dice.
El gobierno recién anunció un aumento del salario mínimo mensual de siete bolívares (1,6 dólares) a 126 bolívares (30 dólares) a partir del 15 de marzo.
La cifra no supera el criterio de “umbral de pobreza extrema” del Banco Mundial, es decir, de 1,9 dólares de ingreso diario mínimo, remarca Crespo.
Solo la canasta alimentaria promedio de los venezolanos ronda los 448 dólares, según estudios del Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros (Cendas-FVM). Esa realidad ha conllevado a que, cada vez más, la empresa privada acuerde pagos en dólares a sus empleados.
La consultora Anova y el opositor Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF) revelaron a principios de año que el 71% de los salarios en la empresa privada en Caracas se pagan en divisas. Doce meses antes, esa variable era de 62%.
Los ingresos promedios en ese sector llegan a 89 dólares al mes, según el observatorio. “Los venezolanos han tratado de generar ingresos en dólares para compensar la destrucción de sus niveles de vida”, comenta Crespo a la VOA, por su parte.
La inflación acumulada durante los primeros dos meses de 2022 fue de 9,9%, de un solo dígito, una cifra insólita en el último lustro en Venezuela, según el OVF.
Las cifras macroeconómicas positivas o al menos la recesión de signos de crisis, como la hiperinflación, no se traducen por ahora en mejoras del panorama económico para los ciudadanos comunes en Venezuela, apunta.
Y hay otro componente que empeora la ecuación, admite: la especulación.
“Deprave” y “depravación”
La evolución de los precios de bienes, servicios y productos en la Venezuela contemporánea no deja de ser “un deprave” para Ángel Fernández, comerciante y dueño de un restaurante en Maracaibo.
El hombre, de 48 años, despotrica de la economía local tras comerse varios pastelitos (masa frita rellena de queso), sentado en una banca elevada frente a la barra de una venta de comida rápida del norte de su ciudad.
“Claro que siguen aumentando las cosas. Todo está así, especialmente la comida”, comenta a la VOA. Hurga entre los chats de su teléfono móvil para citar un estimado que acaba de enviarle uno de sus proveedores.
“Me ofrecieron una cesta de aguacates en 120 dólares. Hace 15 días, estaba en 20. No creo que la cosa esté mejorando. Está más difícil”, añade, preocupado porque la crisis en Ucrania pueda empujar al alza, aún más, los precios de todo.
Wilson Soto, uno de los trabajadores de la venta de pastelitos, se suma a la conversación contando cuánto le costó comprar útiles escolares a sus niños.
“Esto es una depravación. No podéis comprar una resma de hojas blancas en una papelería, sino que vamos comprando dos o tres hojas”, dice, frustrado.
“No te dan los números”, asegura el hombre, de 41 años. Los locales se refieren así al momento cuando el presupuesto familiar se queda corto, no alcanza.
Wilson se siente agradecido con Dios, sin embargo. En su hogar, precisa, su familia come tres veces al día. “Alcanza para comer, no me puedo quejar”.
Sacan canas
Marcial Subero, un venezolano de 66 años, está convencido de que la economía de su país está mejor en estos tiempos que hace un par de años. Ya no es “tan hostil, ni sacrificado” conseguir alimentos y productos de higiene, argumenta.
Hace una década, hubo una escasez crónica en Venezuela de ciertas comidas básicas o de desodorantes y pañales. Se hallan hoy en cualquier negocio, incluso importados, pero sus precios escalan si aumenta la tasa del dólar oficial.
El hombre gana en Caracas, la capital, un promedio de 150 dólares por mes gracias a tres oficios: es empleado de un estacionamiento, lava vehículos a destajo y trabaja como mecánico a domicilio. Aun así le es insuficiente.
“Hoy en día, uno no puede tener lo que antes tenías. Antes, uno podía comprar un carro, una moto. Uno, el pobre, no puede tener una cosa de esas. Mi carro tiene tres años parado, porque no tengo cómo repararlo “, confió a la VOA.
Carmen Montiel, recepcionista de una oficina en el este de Caracas, difiere de Marcial. No nota mejoría alguna en su país. “Las cosas están peor”, dice.
Su esposo tiene dos trabajos, pero no logran juntar suficiente dinero sino solo para alimentos, algún imprevisto del hogar o una emergencia de salud.
“Si compras comida, no puedes comprar otras cosas, como un pantalón o un tinte (del cabello). ¡Mira cómo tengo el pelo!”, vocifera la mujer, de 52 años, exhibiendo las canas que se extienden hasta la mitad de su cabellera.
Hace días, cuenta, su pareja y ella debieron “caminar y caminar” en Caracas para conseguir el repuesto más barato de un tubo que se averió en su casa.
Su dieta, incluso, ya ha sufrido cambios a medida que el dinero va alcanzando cada vez menos. “Antes comprábamos un kilo de bistec (de carne) para 15 días. Ahora, solo podemos llevar medio kilo y rendirlo”, concluye, resignada.
Los altibajos
Sentado sobre un brocal diminuto frente a su verdulería, Ronny, de 30 años, está ensimismado con un video que observa en su teléfono celular. En la mañana de este miércoles no hay tanta afluencia de clientes como esperaría.
El joven se queja de los precios que se ven, no solo en su negocio. “Sube todo, pero en dólares. Hasta los cauchos están más caros. Unos cauchitos te costaban 30 o 35 dólares antes y ahora no bajan de 60, 65. El dólar se mantiene estable, pero suben las cosas”, dice, con tanta incredulidad que parece rozar la molestia.
Sus precios experimentan “altibajos” según la disponibilidad de la fruta o la verdura, explica. El kilo de tomate bajó de dos a un dólar (cerca de 5 bolívares), mientras otros frutos, como los cambures o bananas, subieron 3 dólares por kilo.
Hay clientes que se resienten por esas montañas rusas de precios. “Les pega (afecta). Depende del bolsillo de cada quien”, piensa, encogido en hombros.