El gobierno pide que se vuelvan a usar, pero los gobernadores republicanos se oponen. Las principales compañías tecnológicas volvieron a imponer el uso obligatorio en sus oficinas
Por Gustavo Sierra
Caminando por las 13 cuadras de la Magnificent Mile de Chicago, el vibrante tramo de la North Michigan Avenue repleto de las más sofisticadas tiendas y decenas de miles de compradores, es muy fácil saber quiénes son extranjeros o demócratas liberales: son los que llevan barbijo. El resto de los transeúntes, la gran mayoría, van despreocupados como si todavía estuvieran en el 2019. Para ellos, la pandemia no existe. Muchos consideran que, al tener ya las dos dosis de la vacuna contra el Covid, están totalmente protegidos. Otros son directamente antivacunas y negacionistas de la peligrosidad del virus. Y las autoridades siguen enfrascadas en una verdadera guerra del barbijo en la que llevarlo es opcional. Aquí también es muy fácil saber quién está de cada lado de esta batalla política.
Las tiendas, restaurantes y supermercados, en general, dejan a la discreción del cliente el uso de las máscaras. Los vendedores y meseros deberían mantenerlas puestas, pero también aquí hay excepciones. Por ejemplo, en el supermercado gourmet Trader´s Joe hay empleados que se cubren nariz y boca y otros que no lo hacen. Esto provoca miradas desaprobadoras de uno y otro lado. Pero no hay discusiones. Es tómalo o déjalo. Ya nadie se trenza en peleas inútiles. Cada uno hace lo que quiere. El individualismo americano a la milésima potencia.
La resistencia o la ignorancia de los que se niegan a protegerse cuando hay más de 100.000 internados en este momento en terapia intensiva y la variante Delta del Covid hace estragos en los estados del sur del país está ahora en manos de las grandes compañías, alcaldes y directores de escuelas. El Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), reinstaló la última semana la recomendación de que las personas totalmente vacunadas lleven mascarilla y urgió al resto a darse las dos dosis requeridas. Las grandes empresas tecnológicas se pusieron al frente. Amazon, Twitter, Facebook, Apple, Verizon, Linkedin, Walt Disney y Netflix, entre otras, hicieron obligatorio el uso de barbijos en sus oficinas y requieren estar totalmente vacunado para mantener el empleo.
La ciudad de Chicago, el condado de Los Ángeles y Washington, D.C., volvieron a hacer obligatorio llevar mascarilla en el interior de comercios, transporte y espacios públicos cerrados; Luisiana lo hizo el lunes, al igual que San Francisco y varios condados circundantes del norte de California. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, tiene una postura intermedia. No se opone al uso de mascarillas, pero prefiere concentrarse en el aumento de las tasas de vacunación. Y aclaró que le preocupaba que la exigencia de que todo el mundo llevara barbijos eliminara un incentivo para aquellos que ahora están considerando vacunarse. La tasa de vacunación de Nueva York se ha ralentizado, y la ciudad está viendo un rápido aumento de los casos de coronavirus: más de 1.200 al día, aproximadamente seis veces más que en junio. El CDC recomienda la imposición del uso de mascarillas cuando se superen las 50 nuevas infecciones por cada 100.000 residentes. Los cinco condados neoyorquinos están por encima de esa tasa, y Staten Island registró 157 casos por cada 100.000 residentes en la última semana.
El gobernador de Florida, Ron DeSantis, emitió a principios de agosto una orden ejecutiva que bloquea los mandatos de uso de mascarillas en las escuelas del estado, diciendo que los padres tienen derecho a decidir si sus hijos llevan el rostro cubierto. La medida de DeSantis, un republicano que se opone a las restricciones por la pandemia sobre los residentes y las empresas, anuló con su orden un requisito que habían impuesto los alcaldes de los condados floridianos de Broward y Gadsen. “En Florida, no habrá cierres, no habrá restricciones ni mandatos de ningún tipo”, dijo DeSantis. La resistencia a la posición del gobernador provino de un sector inesperado, el de las principales industrias turísticas del estado. El Walt Disney World Resort de Orlando, por ejemplo, ordenó a todos los empleados aplicarse las vacunas y a los visitantes llevar máscaras para disfrutar de los parques temáticos.
El presidente Joe Biden decidió enfrentarse con los gobernadores republicanos que se oponen a las máscaras obligatorias en las escuelas y dio instrucciones a su Secretario de Educación para que “utilice todos los medios disponibles para proteger a los niños”. “Si no van a luchar contra Covid-19, al menos quítense del camino de todos los demás que lo están intentando”, dijo el presidente desde la Casa Blanca. “No vamos a quedarnos sentados mientras los gobernadores intentan bloquear e intimidar a los educadores que protegen a nuestros hijos”.
El titular de la cartera de Educación, el hispano Miguel Cardona, anunció que está dispuesto a utilizar las leyes de la defensa de los derechos civiles para luchar contra las políticas anti-máscara en Florida, Texas, Iowa y otros estados, ciudades y condados liderados por los republicanos que prohibieron a las escuelas públicas que requieran el uso de barbijos en las aulas. La oposición republicana a las medidas contra el coronavirus está concentrada en siete estados, entre ellos Texas que esta semana anunció que dejaría de aplicar su prohibición al uso de máscaras a los alumnos debido a los recursos judiciales en curso. De todos modos, basarse en las leyes que surgieron de la lucha por los derechos civiles es una maniobra arriesgada para la Administración. “Biden se puso los guantes para presentar batalla a los gobernadores”, dijo a la agencia AFP, Stan Pottinger, un ex director de la oficina de asuntos legales del área educativa. “Es totalmente inusual y la última vez que ocurrió a gran escala fue en los casos de desegregación escolar de 1970, cuando Nixon exigió a los gobernadores y a los distritos escolares que dejaran de utilizar los autobuses escolares separados para blancos y negros”.
“En el fondo, la disputa sobre las máscaras es una lucha política disfrazada de lucha legal, dijo Jocelyn Johnston, profesora del departamento de Administración y Política Pública de la American University, “Prohibir el mandato de las mascarillas, decir a la gente que no debe llevarlas, es todo político. Desde luego, no es salud pública. Prohibir esa medida que salva vidas es muy absurdo”.
La educación suele ser el escenario en el que se libran las batallas políticas entre la derecha y la izquierda en Estados Unidos y muchos otros países en el mundo. También es usual que todo termine en los tribunales. Al hacer pública su pelea con los siete gobernadores republicanos, Biden entró de lleno en las disputas locales sobre cómo controlar el Covid-19 en las escuelas, un debate que tiene mucho más que ver con la polarización política en Estados Unidos tras la presidencia de Donald Trump que con la salud pública. Si bien la mayoría de los estadounidenses, el 69%, respalda la exigencia de que los estudiantes, profesores y administradores lleven máscaras en las escuelas, ese panorama cambia cuando se desglosa según las líneas partidistas. El apoyo a la obligación de llevar máscaras en las escuelas es casi universal entre los demócratas, el 92%, frente a sólo el 44% de los republicanos. Las pasiones son grandes en ambos bandos, y también lo que está en juego.
Aunque en muchos casos la vanguardia de la guerra del barbijo se libra en forma personal. En el bucólico campus de la universidad católica de Notre Dame, una de las más prestigiosas del país, en South Bend, Indiana –a una hora y media del centro de Chicago- las autoridades dejaron en manos de los profesores la decisión de si quieren o no exigir el uso de barbijos a sus alumnos. Lo mismo ocurre en la gran mayoría de escuelas y universidades de todo el país. Y mucho depende de la orientación ideológica de los centros de estudio y las zonas en que se encuentran.
La pandemia en Estados Unidos está alejándose a pasos agigantados de los estamentos de la salud pública para instalarse en el terreno político y las máscaras para protegerse del Covid pasaron a ser parte de la propaganda partidaria. En la Magnificent Mile de Chicago, las aulas de las escuelas y universidades o en los supermercados la batalla ideológica se libra a través de las miradas torvas y el orgullo de llevar o no la boca y la nariz cubierta.