CompartirDesde hace varias décadas, la teoría que se impone para explicar el incremento de la obesidad en países desarrollados está fundada en un concepto más bien simple: el sedentarismo. En otras palabras, que la falta de actividad física entre los habitantes del primer mundo y otras grandes ciudades, producto de los hábitos y las comodidades que han llegado con la modernidad, está detrás de los índices de sobrepeso más altos en naciones como Estados Unidos, Alemania y Reino Unido. Sin embargo, un nuevo estudio publicado esta semana por la revista Procedimientos de la Academia Nacional de la Ciencia (PNAS, por su sigla en inglés) ha puesto en tela de juicio el mito y arrojado nuevas luces sobre una de las preguntas más urgentes de la salud pública. De acuerdo con los investigadores, lo que verdaderamente está marcando la diferencia no es tanto el ejercicio como la calidad y la cantidad de comida que ponemos en nuestros platos. El estudio comenzó por recopilar datos entre más de 4.200 adultos de 34 países con diferentes niveles de desarrollo, utilizando un sofisticado método basado en “agua doblemente marcada” que permite medir con gran precisión el gasto energético total (TEE), el gasto energético basal (BEE) y el gasto por actividad física (AEE). La sorpresa fue que, al ajustar por tamaño corporal, el total de calorías quemadas diariamente era prácticamente igual entre habitantes de países desarrollados y aquellos que viven en condiciones más tradicionales como cazadores, pastores o agricultores. Incluso aquellos que caminaban durante todo el día no quemaban significativamente más calorías que un estadounidense promedio que trabaja en una oficina. Para seguir leyendo, clic AQUÍ. A petición de nuestra audiencia todos los anuncios publicitarios fueron removidos Navegación de entradas Urólogo reveló beneficios de tener relaciones sexuales después de los 50 Inmunoterapia, actividad física e inteligencia artificial: así será la oncología del futuro