OSLO (Norway), 11/12/2025.- Nobel Peace Prize laureate Maria Corina Machado waves from the balcony at the Grand Hotel in Oslo, Norway, 11 December 2025. She received the Nobel Peace Prize 2025 for her tireless work promoting democratic rights for the people of Venezuela and for her struggle to achieve a just and peaceful transition from dictatorship to democracy. Due to the situation in Venezuela, she was unable to attend the award ceremony. (Noruega) EFE/EPA/LISE ASERUD NORWAY OUT
Compartir

Hay resistencias que no se miden por la comodidad de las consignas ni por la tibieza de los aplausos. Hay resistencias que se forjan en la intemperie, bajo el asedio permanente, cuando vivir se convierte en un acto de desafío. María Corina Machado encarna esa resistencia llevada al extremo, probada una y otra vez por un régimen que ha hecho de la persecución una política de Estado.

Durante más de diez años le fue prohibido salir del país. Y cuando finalmente intentó hacerlo, el castigo no cesó: muchos años sin poder abordar un avión, ni privado ni comercial, porque al piloto que se atreva a transportarla le arrebatan la licencia. Así de brutal y minuciosa es la maquinaria del miedo: castigar no solo al perseguido, sino a todo aquel que ose tenderle la mano.

María Corina no puede hospedarse en un hotel, ni en una pensión. Tampoco en la casa de compañeros o amigos, porque a quienes la reciben los hostigan, amenazan y persiguen. No puede comer libremente en un restaurante o establecimiento comercial, porque luego aparece el SENIAT, brazo tributario del castigo político, y procede a clausurarlos. En Venezuela, bajo esta tiranía, hasta compartir el pan se convierte en un delito si es con quien no se somete.

Cuando decide recorrer el país, la respuesta es el cerco. Policías, Guardia Nacional y colectivos armados cierran carreteras, bloquean vehículos, obligan a continuar el trayecto a pie, en moto, a caballo o por agua. No es una metáfora: es la crónica diaria de una dirigente a la que quieren inmovilizar, pero que sigue avanzando, aunque sea contra la corriente.

Las sedes de Vente Venezuela y de otras organizaciones partidistas han sido vandalizadas sistemáticamente. Hogares de su dirigencia en el interior del país han sido atacados. El mensaje es claro: no se persigue solo a una persona, se intenta destruir una causa. Decenas de jefes de campaña regionales han desaparecido indefinidamente. El comando nacional fue amenazado, sometido a órdenes de captura arbitrarias, despojado de pasaportes. Algunos de ellos pasaron casi un año refugiados en la Embajada de Argentina, asediados sin descanso, privados de agua y electricidad, con el acceso a alimentos limitado, bajo amenazas constantes de los colectivos armados. Hoy, tras lograr emprender una espectacular fuga y autoliberarse, están en el exilio. Otros, como Henry Álvarez, Perkin Rocha, Dinorah Hernández, Juan Pablo Guanipa, Biagio Pirelli, permanecen presos. Así se paga en Venezuela el precio de organizar la esperanza.

A su equipo se le prohibió el suministro de combustible, buscando paralizar hasta el movimiento físico de la disidencia. A ella se le prohibió aparecer en los medios de comunicación nacionales. No una entrevista en radio o televisión. No una réplica. No una voz. El silencio impuesto como forma de censura absoluta.

María Corina ha sido víctima de agresiones verbales y físicas, algunas de tal gravedad que requirieron hospitalización, como la sufrida en plena Asamblea Nacional, frente a la mirada sádica de Diosdado Cabello. Fue arbitrariamente inhabilitada, impidiendo que asumiera la candidatura presidencial, no por sentencia judicial alguna, sino por un buró político que confunde el poder con la venganza. Antes, le arrebataron su fuero parlamentario y pretendieron borrar por decreto la voluntad popular que la respaldaba.

Pero la persecución no se detuvo en ella. El régimen cruzó una línea aún más infame: persiguió a su madre y a sus hijos, intentando quebrarla donde más duele, usando el chantaje emocional y el acoso familiar como armas de intimidación. Esa es la esencia del autoritarismo: no respetar límites, no reconocer inocentes, no detenerse ante nada. Y, sin embargo, aquí está. ¡A toda prueba!

Sometida al aislamiento, al escarnio, al cerco, a la amenaza constante, María Corina Machado no se rindió ni se domesticó. No negoció su dignidad ni rebajó su verdad. En un país donde el poder se sostiene por la fuerza, ella ha demostrado que la valentía también es una forma de liderazgo. La historia no absolverá a los verdugos. Pero sí reconocerá, sin dudas, a quienes resistieron cuando resistir parecía imposible. Y María Corina resistió.

Es una mujer, ¡A toda prueba!

Antonioledezma.net

A petición de nuestra audiencia todos los anuncios publicitarios fueron removidos

Por abc noticias

www.abcnoticias.net es periodismo independiente

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *