CompartirAdvertise here (Este texto está basado en las enseñanzas de la película «Robot Salvaje», dirigida y escrita por Chris Sanders, una adaptación del libro homónimo de Peter Brown. Producción de DreamWorks Animation.) En el alma de Venezuela, una penumbra se ha cernido, densa y persistente. Como un velo gris que opaca los colores vibrantes de nuestra tierra, la incertidumbre se ha instalado en cada hogar, en cada mirada. El deterioro social, un depredador silencioso, ha mordisqueado nuestras certezas, fragmentado la fe y sembrado una desconfianza que nos ha convertido, quizás sin quererlo, en una sociedad de cómplices, mudos ante el desgarro. Hemos olvidado el verdadero significado de la vida, esa chispa indomable que, como el robot salvaje Roz, nos llama a reinventarnos, a reconectar con lo esencial y a levantar la vista hacia un nuevo horizonte. Nos hemos acostumbrado a la supervivencia, a la rutina del «resolver», y en ese proceso, hemos desdibujado la esencia de lo que significa vivir. Nos hemos parecido, por momentos, a esa Roz recién llegada a la isla: programados para una función, pero ajenos a la vida que burbujea a nuestro alrededor. Pero, al igual que ella, la naturaleza implacable de nuestra realidad nos ha despojado de lo superfluo, nos ha obligado a caernos y a levantarnos, a mirar con otros ojos. ¿No es acaso nuestra Venezuela de hoy esa isla salvaje donde hemos sido «abandonados»? Desconectados de un mundo que parece avanzar, hemos tenido que aprender a desaprender. La sofisticación de nuestras viejas costumbres ha sido reemplazada por la cruda necesidad de adaptarnos. Y es aquí, en esta cruda realidad, donde yace nuestra mayor oportunidad. Como Roz, que en su soledad forjó un hogar con un gansito huérfano llamado Pico, nosotros también podemos reconstruir nuestra propia «familia» más allá de los lazos de sangre. La familia se elige, nos grita la película, y en nuestro contexto, esa familia es nuestra comunidad, nuestros vecinos, cada venezolano que comparte este mismo aire de lucha. Son aquellos con quienes, en medio de la carestía, compartimos un plato de comida, una risa que disipa el pesar, una palabra de aliento que se convierte en un salvavidas.Advertise here El amor y el sacrificio, pilares del viaje de Roz, resuenan con fuerza en el corazón venezolano. ¿Cuántas madres y padres no se sacrifican cada día, como Roz se sacrifica por Pico, para que sus hijos tengan un pedazo de pan, un día de escuela, un futuro, aunque sea incierto? Ese amor incondicional, esa entrega que trasciende la lógica y la propia seguridad, es la fibra que nos mantiene unidos. La vida, aquí y ahora, no es un mero transitar; es un acto constante de amor y de resistencia. Cada vez que alguien decide no rendirse, cada vez que busca una alternativa, cada vez que extiende una mano a otro, está emulando la esencia de Roz: una máquina que descubrió su humanidad en el acto de cuidar y de proteger. No podemos seguir siendo cómplices del silencio, de la resignación. La vida nos llama a un despertar, a entender que, como Roz, no estamos programados para el desamparo, sino para la resiliencia. El deterioro social no es nuestro destino final; es una estación de paso que nos exige una transformación. Es tiempo de mirar alrededor, de dejar de esperar que una solución «externa» venga a rescatarnos. La solución, como en la historia de Roz, emerge de nuestro interior, de nuestra capacidad de crear lazos, de cuidar lo nuestro, de encontrar la belleza en lo simple. Venezuela, como ese robot salvaje que se adapta a su entorno, tiene la capacidad de florecer en la adversidad. Es hora de que cada uno de nosotros se convierta en una pequeña Roz: reconectar con la naturaleza, con la vida en su forma más pura. Abracemos la solidaridad, la empatía, la creatividad que nos ha caracterizado siempre. Que este canto a la vida sea un recordatorio de que, incluso en la noche más oscura, la llama de nuestra humanidad puede arder más fuerte que nunca. Que no es el fin, sino el comienzo de un renacer, donde el verdadero significado de vivir se encuentre en cada acto de amor, cada gesto de esperanza y cada paso que damos juntos hacia adelante. Sigamos adelante, que la vida nos espera, salvaje y hermosa, para ser vivida. Jose I Gerbasi P. @jgerbasi Navegación de entradas Soberanía o traición: la lección que Maduro ignora de Cipriano Castro