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«Nuestra democracia del siglo XXI es la más avanzada del planeta», fingió Nicolás Maduro horas después de que Donald Trump, a quien siempre ha tratado con guante de seda, anunciara que sus días están contados y que su salida del Palacio de Miraflores sólo es cuestión de tiempo. «Nada ni nadie nos quitará la oportunidad de vivir y ser parte del siglo de los pueblos», vaticinó, pese a las evidencias, el mandatario de facto, que precisamente hace 15 meses calló la voz de su pueblo con el mayor megafraude de la historia de América Latina.

Por: El Mundo

El «guerrero de la paz» espera, con el manual de resistencia iraní en mano, el que cree inminente primer ataque en tierra de las fuerzas estadounidenses en el Caribe, el mayor despliegue desde el siglo pasado, al que falta por sumar el portaaviones Gerald Ford, el más poderoso de la Armada estadounidense. Todo pasa por la crisis del Caribe y el plan revolucionario de defensa, preñado de propaganda, represión, patriotismo y movimientos diplomáticos, cuyo resultado está por ver.

«El nacionalismo, en estos tiempos de amenaza, se imbrica con el culto a la personalidad de Maduro, los símbolos patrios [Bolívar, la bandera] y una versión épica de la historia venezolana. En las últimas horas, el alto mando revolucionario ha pedido, de manera enfática, una pausa en el despliegue de las amenazas estadounidenses», explica a EL MUNDO el sociólogo Gianni Finco.

Maduro, ojeroso y demacrado, no deja de mover fichas sobre el tablero geopolítico. La Milicia Bolivariana anunció que fuerzas militares atacaron un campamento de la guerrilla colombiana en Zulia, región colindante con el país cafetero. La semana pasada corrieron la misma suerte tres refugios de la guerrilla, estrecha aliada del chavismo. Tanto el Ejército de Liberación Nacional (ELN) como distintas disidencias de las FARC participan en el negocio del narcotráfico y mantienen, según investigadores de la DEA, estrechos vínculos con el Cártel de los Soles, la red de redes capitaneada por Maduro, según Washington.

Recursos energéticos

Estos ataques pretenden incidir en la idea de que la revolución bolivariana lucha contra el narcotráfico y no se beneficia de él, como acusa Estados Unidos. «La piedra angular del argumentario oficialista es la denuncia de que la situación en el Caribe no es una guerra contra el narco, sino una estrategia para hacerse con recursos energéticos y mineros. Estados Unidos, según la propaganda, quiere un cambio violento de régimen para garantizar el robo de las riquezas venezolanas a través de un Gobierno títere dirigido por élites vendepatria [incluidas la líder opositora María Corina Machado y la Conferencia Episcopal]», añade Finco.

Puedes leer la nota completa en El Mundo

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