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Mahsa Amini, de mártir a la gran pesadilla de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán

Hay dos imágenes de Masha Amini grabadas a fuego en el subconsciente de los iraníes. En la primera, luce un rostro apacible, los labios pintados de rojo y un velo negro en su cabeza, que no cubre al completo su larga y oscura caballera. En la segunda, aparece entubada en una unidad de cuidados intensivos de un hospital de Teherán, horas antes de certificarse su muerte. El rostro de la difunta joven de 22 años, originaria de Saqez –en la región kurda al noroeste del país–, se convirtió en la imagen representativa de la revolución de las mujeres de Irán contra el régimen teocrático de los ayatolás.

Por La Razón

Cuando Amini falleció bajo custodia policial tras ser arrestada por la «policía de la moral», el régimen alegó que murió por un paro cardíaco. Pero sus familiares, que pudieron ver su cuerpo sin vida en el hospital, aseguraron ver evidentes símbolos de maltrato. Al propagarse la noticia en el país, décadas de frustración se tornaron en una rabia masiva incontrolable. La mártir kurda animó a miles de compatriotas a destaparse y quemar sus «hiyabs» (velos islámicos), o a cortarse mechones de pelo en público alentadas por las masas.

La muerte de la mártir marcó un punto de no retorno para cientos de miles de iraníes, que anhelan el fin del régimen de los ayatolás. La implacable represión de las Fuerzas de Seguridad, que usan gases lacrimógenos, porras, cañones de agua y fuego real para reprimir las movilizaciones, no ha logrado quebrantar las protestas desatadas el 17 de septiembre, un día después de la muerte de la joven.

Masha, cuyo nombre en kurdo se pronuncia Zhina, nació el 21 de septiembre de 1999. Hija de un funcionario y una ama de casa, acaba de comenzar sus estudios universitarios y soñaba con ser abogada. En su localidad natal, la describieron como una chica introvertida, que jamás se involucró en causas políticas. Acorde a la versión de su familia, era una chica sana, sin complicaciones de salud previas.

El 13 de septiembre, viajó a Teherán para visitar a su hermano, y en las calles de la capital fue detenida por una patrulla de la temida «policía de la moral». Tras su muerte, se revelaron pruebas de que fue golpeada con un palo, y que fue empotrada repetidamente contra los vidrios del furgón policial. Probablemente, aquellos golpes la sumergieron en el coma del que nunca logró despertar. Su muerte se convirtió en el símbolo de la violencia impuesta por la República Islámica de Irán sobre sus propias mujeres.

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