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Los “bicitaxis” se multiplican en Venezuela por la escasez de gasolina

El sol de Maracaibo es tan abrasivo que puede romper tejas, exageran sus habitantes. Caminar al son de unos 35 grados centígrados, sin buses ni carros de servicio público a la vista, agota. Por eso, ciudadanos como Wendy Valbuena han optado por embarcarse a diario en los medios de transporte de moda en el oeste de la ciudad: los bicitaxis.

Por Adriana Núñez Rabascall / Gustavo Ocando Alex / vozdeamerica.com

No son unidades de transporte convencionales. Se trata de bicicletas modificadas para llevar a dos o más pasajeros en asientos dentro de amplios cajones a las espaldas de sus choferes; tienen toldos de tela en techos y laterales; cuentan con espacios para cargar las pertenencias de pasajeros; algunos hasta exhiben reproductores de música y vistosos retrovisores.

“La ventaja es que no te vas a pie, porque es que no hay carros” de transporte público, dice a la Voz de América Wendy, entrada en sus 50 años, sentada sobre un cojín, detrás de un joven chofer que se seca el sudor de tanto pedalear.

El bicitaxi surgió en esa ciudad del occidente de Venezuela durante la pandemia por COVID-19, cuando, desde marzo de 2020, los gobiernos locales restringieron el transporte urbano para evitar mayores olas de contagios.

Nació como una alternativa para rutas cortas y, desde entonces, se han multiplicado hasta contarse en cientos en las calles aledañas a La Curva de Molina, epicentro de una de las zonas más empobrecidas de la urbe.

Wendy, por su parte, es cliente asidua. Prefiere pagar un dólar a “bicitaxistas” para que la movilicen frecuentemente desde y hacia su vivienda, a varias cuadras de distancia de ese punto comercial del oeste. “De económico no tiene nada. Te cobra lo mismo que te cobra un autobús a donde voy”, advierte.

Ese tipo de transporte, si bien es relativamente nuevo en Maracaibo, está lejos de ser una innovación mundial. Es común en algunas ciudades de Asia, como Shanghái, Sumatra y Beijing, y tienen un propósito turístico en otras latitudes, como algunos puntos de Europa y Estados Unidos. En México, irrumpió como una opción masiva de movilización en la capital desde finales del siglo pasado.

El de Maracaibo, sin embargo, se parece más al “bicitaxi” de Cuba, pues la escasez de transporte público por falta de combustible abonó su nacimiento.

Kilométricas filas de vehículos, incluidos buses y taxis, se forman todos los días en las estaciones de servicio de la ciudad desde hace años. No hay combustible suficiente para tanta demanda, según gremios empresariales y sindicatos.

Hace 15 años, la ciudad tenía una red maestra de transporte. Había buses que pasaban puntualmente por las paradas cada 30 minutos. Ahora, la alternativa en el oeste es el bicitaxi. El actual alcalde, Rafael Ramírez, detractor de Maduro, llegó a tachar ese nuevo medio de movilización como una “tracción de sangre”.

“Te cansas mucho”

“¡Viaje, viaje, viaje!”, vocifera Juan Carlos Amaranto, un veinteañero de tez morena, en una de las cuatro esquinas de La Curva de Molina. Intenta atraer clientes con sus gritos, mientras aguarda sentado en su bicicleta modificada.

Viste medias oscuras y sandalias. Suele trabajar desde la madrugada hasta las 9:00 de la noche para ganar la mayor cantidad de dinero posible. Lo urge.

“En mi casa, ahorita la cosa está apretadita. No hay entrada (de dinero), solamente el trabajo soy yo en la carretilla”, cuenta a la VOA.

Su bicitaxi es uno de los más sencillos de los disponibles en esa área: la tela del asiento de los pasajeros está rasgada por un costado, como sus pantalones; y tablones de madera al natural sirven de soportes de espaldas y del mismo piso.

Otros lucen telas pintadas con colores vivos, como el rojo y el azul fluorescentes. Algunos hasta les imprimen logos llamativos de marcas internacionales de zapatos, bebidas energéticas y escuderías de Fórmula 1. La idea es hacerlos más atrayentes que la competencia, nutrida en estos días, explican sus conductores.

Tener un gran estado físico es una condición no escrita para ejercer de bicitaxista. En ocasiones, se movilizan con varios pasajeros y más de 100 kilos a cuestas. Ney Manuel Palmar, un joven delgadísimo que conduce una de las carretas de transporte, se jacta de tener “resistencia” para ponerla a andar.

“Si no la tienes buena, no te va a dar el día, porque te cansas mucho”, comparte a la Voz de América. “A veces, sí se hace difícil conseguir pasajeros, porque la competencia es mucha. Hay demasiadas bicicletas y el pasajero elige con la que se sienta más a gusto”, menciona, mientras una cliente desciende de su bicicleta.

La necesidad como energizante

La necesidad de subsistir es lo que mueve a los bicitaxistas de un país que se lleva la corona de la mayor inflación del mundo durante los últimos 12 meses, de 340,4%, según cifras oficiales del Banco Central de Venezuela.

La tarifa mínima es de un dólar o cinco bolívares (suelen cobrar una tasa mayor a la del cambio oficial de 4,3 bolívares por divisa estadounidense). Recorren de dos a 10 cuadras en sus carreras más cortas, pero pueden desplazarse hasta otras zonas de Maracaibo, a decenas de kilómetros de distancia de La Curva.

Pedalean con pasajeros a cuestas en sus cajones hasta sumar 10, 15 o 20 dólares por día. Alejandro, uno de los bicitaxistas del oeste de la ciudad, admite que el oficio es cansón. “Es difícil, esto es muy bravo, esto es para burros”, confiesa.

El joven, de raza wayuu, tiene tres meses trabajando en esa ocupación. Fabricar una bicicleta para transporte puede costarles de 200 a 300 dólares. Es un dineral en una nación cuyo salario mínimo mensual ronda los 30 dólares.

“Uno no come bien acá, no hay trabajo, lo único que hay es esto”, señala Alejandro, mientras en su equipo de música suena un vallenato colombiano.

Ellos mismos calculan que hay “más de mil” bicitaxistas en el oeste de Maracaibo. La policía, no pocas veces, revisa su documentación personal y les exige facturas de los materiales con que construyen sus medios de transporte.

A diario, agentes de seguridad del municipio se acercan a donde se congregan para exigirles que despejen esas áreas. Aún así, ellos siguen trabajando, sin horarios fijos, sin pertenecer a sindicato alguno ni agrupados formalmente.

“Uno tiene que hacerlo por los chamaquitos, uno tiene que llevarles de comer. Esto alcanza para puro comer, más nada”, asegura Luis Raúl, uno de ellos, que, dice, compra a diario un kilo de arroz para su familia por un dólar (Bs. 5).

Alfredo, otro de los transportistas de bicicletas, también indígena, opina que la economía de Venezuela está “fea” y no tiene buenos presagios sobre ella.

Mientras, ampara a su familia pedaleando muchos kilómetros a cambio de dinero. “Hay que echarle pichón a la vida y más nada”, dice, mientras aguarda, entre la esperanza y el apremio, por venezolanos urgidos de un aventón.

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